Llevan esas ruinas allí, tiempos remotos, ya ni se ven. Se ocultan bajo la tierra, la greda negra tan característica de esa zona, en Entre Ríos, Argentina.
Ahora están dentro de una estancia privada. Pertenecen a una familia que trabaja el campo, o al menos eso es lo que se comenta. "Propiedad privada" dice el portón de entrada, y de ahí para adentro, lo inimaginable.
Se sabe que las ruinas son de Mandisoví, un antiguo paraje guaraní de mediados de siglo XVIII, que fue habitado por guaraníes cristianizados y criollos, en un punto de paso estratégico camino a Brasil y Paraguay.
Un ombú caracterizaba el paraje. De ramas grandes, largas y pesadas, sus raíces resurgían como base sobre la tierra, y en verano era una perfecta superficie para tumbarse o al menos eso es lo que se lee en la única crónica sobreviviente de esas épocas convulsas.
Hace diez años, en un acto de festejos por el bicentenario de la posible fundación de Mandisoví, se pudo entrar a la estancia privada. El ombú herido estaba allí entre quemado y partido. Se vio que había faltante de madera. Alguien había atacado el árbol o se había aprovechado de su vejez para llevarse materia prima, para quien sabe que cosas.
El ombú maltrecho, ya llevaba más de cien años rodeado de llanura y de un perímetro más allá, que lo distanciaba de todo contexto, historia, y principalmente del peso de los afectos que proyectaban los otrxs sobre él.
Hace unos meses atrás, un equipo del museo del pueblo cercano entró al establecimiento con un grupo de arqueólogxs, para estudiar el terreno e intentar un comienzo de recuperación del paraje.
Del árbol hecho carbón ya casi imperceptible, salía un pequeño brote verde. Un tallito subía con una pequeña hoja. Resistiendo lo inevitable.
Los investigadores allí presentes, se acercaron a examinarlo y teniendo conocimiento acerca de la existencia del ombú, quedaron perplejos al ver, que luego de la caída de un rayo fulminante, éste reincidía como único vestigio de la historia y contra toda desmemoria.
Mandisoví fue una localidad de población originalmente guaraní, antecesora de la ciudad de Federación, en la provincia de Entre Ríos (Argentina), trasladada y abandonada en 1847.
Su nombre en idioma guaraní significa, según una de las versiones, planta de flor azul, y hace referencia a la floración del camalote; planta acuática de aguas dulces de las regiones cálidas de América del Sur.
La poca documentación existente cuenta que en el año 1777, el comandante militar Don Juan de San Martín funda la estancia para que funcione de escala para el transporte de mercaderías, entre los pueblos misioneros y el puerto de Buenos Aires, en lo que se conocía como "la ruta de la yerba".
La estancia poseía una capilla, corrales, galpones y una pocas viviendas de los indígenas reducidos que estaban a su servicio. También allí se encontraba un gran ombú, el cual pasó a la posteridad en los relatos orales, ya que era el único signo vivo y visual que perduró, y que marcó las certezas de esta historia.
Esta estancia tomó relevancia en el territorio a partir del 16 de noviembre de 1810, día en que el General Manuel Belgrano adjudicó la propiedad de los terrenos a los lugareños que los habitaban. De esta manera se definieron los límites de la jurisdicción y se asignó el ejido a un poblado que se había transformado en una progresiva y destacada comarca de 650 habitantes.
A partir del 20 de marzo de 1847, el poblado fue reubicado, estando la relocalización bajo el mando del gobernador Justo José de Urquiza, y se fundó nuevamente sobre la barranca del río Uruguay. No sólo cambió de lugar, sino también de nombre, pasando a llamarse Pueblo de la Federación, en homenaje a la causa federal: Federación o muerte.
Con el pueblo ya relocalizado, años más tarde, las hectáreas que pertenecieron al paraje fueron entregadas a inmigrantes que llegaron de Europa a "repoblar" el territorio. Fue así como parte de esas hectáreas, particularmente donde estaba su ombú tan característico, fueron campo de trabajo para la familia escocesa Buchanan, la familia de mi bisabuelo materno.
Actualmente, esos terrenos son una quinta de cítricos de propiedad privada y allí se hallan un monolito recordatorio, la ausencia marcada del ombú centenario y la casa que habitaron lxs Buchanan.
Mandisoví como otros tantos pueblos en Argentina fue completamente olvidada, al igual que su historia, de la que se sabe y se ha investigado poco. Sin embargo, fue un asentamiento que nos permite reflexionar acerca de cómo se conformó el estado nación argentino y todas las capas que la componen: colonialismo, misiones jesuíticas, guaraníes, Juan de San Martín, Manuel Belgrano, Justo José de Urquiza, federales y unitarios, independencia, progreso.
Adentrarnos en sus orígenes nos permite involucrarnos con aquellas raíces indígenas, las cuales siempre han sido negadas y olvidadas, tanto en esta región como en el resto del país.
La familia de mi bisabuelo habito el suelo debajo del cual yace Mandisoví, puntualmente donde estaba el ombú, el único signo memorable de aquel lugar. Nunca se realizaron excavaciones en la zona en búsqueda de objetos u otros elementos arqueológicos. El museo conserva algunas piezas encontradas y donadas por las mismas personas que las han encontrado, pero no hay casi materiales o documentos que den fe de lo que allí existió.
Crecí escuchando historias acerca de este ombú El árbol es muy particular en su semblante y parece ser que era el único en el antiguo paraje. De éste se comenta que Manuel Belgrano (el creador de la bandera Argentina) durmió bajo su sombra cuando paso por allí y a su vez, en el museo de mi pueblo hay una foto de todos lxs Buchanan sobre el árbol, cuando vivían y trabajaban esa tierra. Allí también se crío mi abuelo materno, pero es mi abuela Ñata (su esposa) la que me ha hablado del árbol y de Mandisoví.
Mi abuela materna tenía un gran cariño por esa estancia; un poco por la historia y otro poco por los vínculos familiares, porque paso parte de su juventud ahí. Ella llego a esa zona con casi 30 años de edad, a trabajar en en una escuela rural como personal único. Mi abuela conservó una pequeña ramita del árbol, la cual ahora la tiene mi hermano Nicolás.
Actualmente el ombú no existe. Se dice que un rayo lo quemó, y alguien posteriormente lo taló. Como al lugar no se puede entrar porque es privado, no se sabe que paso, pero el ombú ya no está. Sin embargo, sigue presente, y vivo en la memoria colectiva.
En conversaciones con mi madre, hablamos acerca de las vinculaciones de mi abuela con el ombú. Fue entonces que recordé que en 2014, le había regalado un ombú pequeño que aún conserva y que nunca plantó.
Allí donde nació mi madre. Una escuela rural en el medio de la pampa.
La pampa, ese lugar hostil entre ríos. En esa escuela trabajó mi abuela como maestra. Personal único.
Mi abuela en los años 40 fue designada como personal único de esa escuela, en el medio del campo.
No había nada alrededor. Mi abuela sola. Diez niñxs a su cargo. Mi abuela mujer, maestra, madre directora, cocinera, jardinera sobre una tierra en conflicto doscientos años antes.
Mi abuela educando en el monte a niñxs que llegaban desde lejos, que a veces no llegaban. La lluvia, el barro, el frío. ¿Cuándo se casara?¿Cuando será madre de sus propixs hijxs? Mi abuela enterrando los cuadros de Perón, en ese mismo patio donde ahora con mi madre plantamos un ombú.
Mi abuela se enamoró. A tres kilómetros de la escuela vivía una familia escocesa que araba la tierra. No sé bien que hacían. Nunca nadie me lo ha sabido decir. ¡Eso! tenían unas vacas.
Tenían unas vacas, una huerta y araban la tierra. Eran parcos y distantes.
Good morning decían en el medio de la llanura. Good morning.
¿Se imaginan unos escoces en el medio del campo, con la humedad chorreando por sus pieles mientras trabajan la tierra diciendo good morning? En un campo grande donde había un ombú.
"Bajo ese árbol durmió Manuel Belgrano" comentaban. Allí nació mi abuelo, entre gaitas y gallinas. Por ahí se conocieron con mi abuela, en una tierra infinita de silencios, trabajo y aguardiente. De eso ahora, poco o todo, pareciera guardarse como un secreto, en un susurro que entremezcla calma y tensión; calma y tensión.
El monte es así. Te interpela las profundidades: vibra desencanto y belleza inalcanzable.
Mi madre que nació en la escuela, también se crio en esa pampa, y en esa casa donde estaba ese ombú centenario. Dónde durmió ese prócer y donde antes hubo un pueblo pequeño que guerreaba todo el tiempo para marcar fronteras invisibles. Antes de que dejaran de ser nómades ya les habían metido ritos, culpas y lenguaje.
¿Cómo se puede hablar de aquello que ya no esta?
Territorios invisibles, propiedades privadas, plantaciones de limones, de naranjas, fumigaciones, exportaciones. Imposible de poner en imágenes, posible de resignificar en acción.
Volvemos a la escuela, cerramos el círculo. Accionamos sobre tierras que nos cuentan secretos, las heridas allí. Esta idea vibra entre chicharras, mosquitos, benteveos, y un calor insoportable que es absorbido por la porosidad de ese suelo y estas pieles.
¿Un árbol es un antimonumento?
El sueño se convertirá en barro desde su inauguración en Alimentación 30, donde se expuso parte del proyecto,
Expandió un libro de narrativas fragmentado en encuentros
Lo volvió cuerpo en acciones.
Se abrió como experiencia colectiva,
para transformarse en búsquedas personales.
Cuando hablamos de este proyecto,
hablamos de territorios,
de describir las relaciones secretas entre las cosas
y de compartir nuestros saberes.
El término territorio comenzó a utilizarse en épocas ilustradas, cuando se formaron las primeras naciones. Su etimología, del latín territorium, aún no se ha resuelto.
Hay dos hipótesis. Una proviene de terra y otra de terrere, ambas seguidas del sufijo torium, que denota un lugar donde se desarrolla una acción específica, de forma análoga a otros términos espaciales de origen latín, como dormitorio, oratorio y sanatorio. La primera definición se asocia a la tierra (terra), cuya raíz ters se vincula a la acción de secar, por lo que originalmente territorio se consideraba al lugar donde, mediante la preparación del suelo, se cultiva. De allí proviene la idea de un territorio entendido como un espacio de recursos y actividades (como el espacio agrícola) y de transformación. A diferencia de ésta, la segunda etimología se asocia al terror (terrere), palabra derivada de la raíz también indoeuropea tres (temblar), de lo que se concluye que el territorio podía referirse al espacio donde se implementan estrategias de dominio, como lo es el miedo.
Estoy próxima a viajar a Argentina e intento sacudirme las expectativas. La situación global a causa de la pandemia es muy extraña y el miedo es grande.
Días previos a volar, nos mudamos de casa con Santiago.
En la nueva casa se escucha la vibración del metro de la línea 3. La casa esta sobre el tramo entre la Plaza de Lavapiés y la Glorieta de Embajadores. A una distancia de 20 metros o un poco más bajo la tierra, el tren pasa cada 3, 4 0 7 minutos. La vibración se escucha constantemente pero si no se esta totalmente atento, pasa desapercibida.
Una tarde me encuentro sentada leyendo en silencio y la escucho a través de los vasos. Es la primera vez que la vibración se manifiesta puntualmente sobre un objeto.
Un tintineo comienza lentamente y se traspasa de un vaso a otro hasta llegar a una copa que es la que agudiza el punto más fuerte. Poco a poco el sonido baja y queda una tenue reverberación.
Los vasos estaban dispuestos de una forma azarosa y exacta, para que esa energía que circula por debajo de la tierra, transportando a cientos de personas, se revele en este punto en concreto, a través del roce.
Mandisoví significa en guaraní,
“Ver como ve un pez debajo del agua”,
le susurró Che a L., sobre un árbol cortado.
Nos tomamos un recreo mientras volvemos.
Remamos menos de la mitad del recorrido planeado, para llegar a donde antes hubo un cementerio.
Amanda crea un territorio con la arena que habita el Mandisoví Grande.
`Mirá, un territorio tía’, así lo define ella.
Un territorio efímero, arena que vuelve a su arena.
Sin límites, sin fronteras. Dura unos segundos en su manos.
“Donde se plantaron árboles, hubo colonización”, dijo Tom.
Un Urquiza descascarado, y unas huellas aún vigentes en el ombú.